Si tengo que definir cuál fue mi motivo para ser fotógrafa y cual es una de mis imágenes que vincula mi necesidad de utilizar la imagen, para darme cuenta de que es mi herramienta vital; para narrar mi día a día, de entender y al mismo tiempo de explicar mis emociones y mis reflexiones.
Utilizar como excusa de ella del investigar mi entorno social, laboral, personal, arquitectónico, la cámara es el instrumento perfecto para ello.
Una de las imágenes que siempre están en mi memoria, es un autorretrato que estoy reflejada en un cristal, que a su vez hay una persiana y obras.
Mi mirada siempre se pierde en lo urbano, la ciudad, los edificios. Pero al mismo tiempo, aunque quizás no se vea, porque es algo que percibo yo y no tiene por qué verlo el interlocutor que está viendo la imagen, en sentimientos existenciales.
Eso me genera curiosidad de lo que el otro ve en esa imagen y disfruto en ese diálogo.
El inicio fue muy sutil, fue cuando mi hija en el bachillerato estudió fotografía y realizó un trabajo de Chema Madoz. Descubrí como a través de objetos fuera de su utilidad se convertían en poesía, en reflexión o en puro sensualidad.
Una de las imágenes de Chema era una copa de vino tinto en el pubis de una mujer, de las que tengo en mi mente.
Y de Robert Mapplethorpe otro autor del cual me apasiono en ese momento también culpable mi hija, de descubrirlo y luego estudiar toda su obra.
Para mí es una necesidad de la mirada congelarla en cualquier soporte incluido en mi cerebro. Siempre disparo con o sin cámara.
Es el sentido de mi vida.